diciembre 27, 2010

37 conclusiones (borrador desvelado) (corregido y aumentado)

Para Alicia y para Adelaida
Feliz no cumpleaños

No puedo ver a un animal abandonado sin llorar.
Nadie puede hacerme ver una pelicula dirigida por Oliver Stone o en la que actúe Leo di Caprio.
Me afectan las arrugas, la deslealtad y el pasado.
La vida se va demasiado rápido como para pensar.
Quisiera saber decir "hasta aquí no mas".

No puedo aceptar las cosas a medias. Las cosas son blancas o negras.
Nadie me va a volver a empujar. Nadie me va a volver a empujar.
Me afecta la felicidad. Porque no-le-creo.
La muerte me asusta, pero la espero.
Quisiera tener alas.

No puedo caminar derecho. Pero debo parar de caminar en círculos.
Nadie me ha levantado del piso. Yo me levanto sola.
Me afectan los numeros. Mucho. Todos.
La vida me tienta. Sabe que me gusta apostar.
Quisiera saber medir las causas y las consecuencias.

No puedo dormir temprano. Pero sigo intentando.
Nadie me conoce bien. Ni siquiera yo.
Me afectan el perdon, la soledad.  La compañía.
La muerte se ríe más alto que la vida.
Quisiera tener 27 años otra vez.

No puedo permitir que el tiempo juegue conmigo.
Nadie tiene el poder de cambiarme.
Me afecta la distancia. Que estés lejos.
La vida ya no me debe nada.
Quisiera que tengas una varita mágica. Que seas tu. Yo no supe usarla.

Puedo reírme tanto, tanto, que me duelen todos los músculos de la cara, los dientes, la quijada.
Todos y en el momento más difícil, pueden contar conmigo.
Me favorecen los años. Pero me ha costado.
La vida y la muerte me intrigan, me piensan, me olvidan, me pasan.
Quisiera que me aprietes hasta dejarme sin aire.

Puedo todo lo que quiero.
Todos llegan a ser felices.  Todos conocen la infelicidad.
Me benefician las anécdotas que me contaban en la cocina de la abuela. Las extraño.
La muerte se escribe con la tinta de la vida.
Quisiera...  Tantas cosas quisiera.

Pero sólo queriendo no se logra nada.  Se logra actuando y arriesgando.
Y yo he actuado y me he arriesgado.  37 veces he actuado.  37 me he arriesgado.
...

diciembre 26, 2010

Sueño

Cierro los ojos y ahí está el hombre de mis sueños. Abro los ojos, y ahí, está el hombre de mis sueños.

diciembre 22, 2010

noviembre 08, 2010

Sweeney Todd en Guayaquil

El teatro lleno, las luces bajan y el telón descubre una magnífica escenografía dinámica que mutará durante toda la obra.  Se escucha al coro preguntar “¿Sabed quién era Sweeney Todd?” Siento escalofríos.  Hay cuarenta personas en escena para interpretar el musical original del neoyorquino Stephen Sondheim.

Cuenta la leyenda que Sweeney Todd, el cruel barbero de Fleet Street existió aunque no ha sido comprobado.    Benjamin Barker, nombre original del protagonista regresa para vengarse del hombre que lo desterró y se quedó con su familia, asesinando a decenas de hombres con su navaja de afeitar hasta conseguir su cometido.  Su cómplice Mrs. Lovett es la encargada de desaparecer la evidencia, convirtiendo los cuerpos de sus víctimas en rellenos para pasteles.  La trama tiene giros inesperados que no puedo develar pero que hacen de esta, una obra muy excitante.

Antes de ir al teatro, había visto la sangrienta adaptación del musical llevado al cine por Tim Burton, pero para ser honesta mi primer encuentro con Sweeney Todd se lo debo a la película “Jersey Girl” donde el barbero era interpretado por Ben Affleck en la obra escolar de su hija.  Pero la magia de las películas y los efectos especiales no lograron superar al musical en vivo.

La actuación del costarricense Fitzgerald Ramos y la ecuatoriana Elena Vargas como solistas principales es estupenda, pese a que por llegar tarde al teatro y tener una mala ubicación, me perdí parte de las  líneas de la pastelera por problemas de sonido o acústica del teatro, único detalle que puedo reprochar porque el resto fue impecablemente cuidado y puso en evidencia que para poner en escena una obra de tal magnitud el equipo se tomó un año.

Mención especial para Liliana Duque encargada del diseño escénico que permitía que un escenario giratorio nos transportara de la calle Fleet Street a la barbería, la pastelería, la casa del juez, el manicomio, el interior de la casa de la pastelera y al mortal horno sin bajar el telón; para Pepe Rosales encargado del vestuario y para la niña que interpretó a Tobby, quien se roba los últimos minutos de la obra.

Han pasado tres días y sigo escuchando al Coro Mixto Ciudad de Quito y a la Compañía Lírica Nacional, acompañados por la Orquesta Sinfónica de Guayaquil dirigidos por Raymond Fellman (E.E.U.U) y Vasiliki Tsouva (Grecia).  Llegué treinta minutos antes de que empiece la obra y pienso que tuve suerte al lograr entrar a este espectáculo, que pudimos apreciar más de 3000 personas en dos presentaciones gratuitas gracias al aporte del Fonsal y el Municipio de Quito.

Quienes estuvimos en el teatro difícilmente podremos olvidar la majestuosa calidad del musical, estrenado originalmente en Broadway en 1979.  Y justamente en eso pensé durante toda la obra, que estaba presenciando un musical a la altura de Broadway.  La gira continúa en Cuenca el 12 y el 13 y cierra en Quito el 17, 18, 19 y 20.  Bien por la iniciativa de la Fundación Teatro Nacional Sucre que nos sorprendió con este evento.  Ojalá esta sea la primera de otras obras de esta dimensión que podamos apreciar en el país.




octubre 25, 2010

Parla Italia y su semana de la Lengua

Hace dos semanas recibí la llamada de mi amiga Carla, quien por cierto hoy me recordó que nos conocemos desde hace veinte años, para preguntarme si podía ser jurado de algunas actividades programadas por la “X semana de la lengua italiana”.  Como un acto reflejo le contesté que si y luego le pregunté de que se trataba.  Los jurados eramos: dos personas de ascendencia italiana relacionadas a las actividades de su herencia, un italiano que llegó por amor a Ecuador y yo, que no tengo nada que me una a esta maravillosa tierra, pero hablo el idioma y estoy vinculada a las letras.

El primer día nos reunimos en la biblioteca para ver la representación de “Il Capuccetto Rosso” (La Caperucita Roja) de los Hmns. Grimm, puesta en escena por los niños del Colegio Giusseppe Garibaldi.  La adaptación fue estupenda y escucharla en italiano con fluidez fue emocionante.  Al día siguiente asistimos al concurso de libro leído “I promessi sposi” (Los novios) de Alessandro Manzoni (1827) y, el tercer día aumenté mi vocabulario con un par de palabras nuevas incluidas en el concurso de deletreo, para el que los chicos se habían preparado tan bien que se acabaron las 150 palabras y todavía quedaban participantes que no habían cometido errores.

El último día que estaba supuesto solamente a que entreguemos los premios “ai vincitori”, fuimos sorprendidos con un breve discurso de la Sra. Clara Bruno de Piana, un diploma que nos entregó el Sr. Ricardo Ambrossini por nuestra participación y un rico “pranzo” en el que conversamos de cine, de anécdotas familiares, de teatro y de la homenajeada: Italia.

Este es un país que nos trae a la mente tantas cosas diversas: su comida, el vino, la moda, las letras, la pintura, la escultura, la música, el cine, el romance, los autos, la temida mafia.  El Imperio Romano, Sofía Loren, Carla Bruni, La Gioconda, Federico Fellini, El Padrino, un pedazo de lasagna y una copa de Brunello di Montalcino.  ¡Ai miei carissimi amici Toscani e Salentini!  Tantas cosas que han inspirado a propios y extraños y que nos hacen soñar con que todos los caminos nos lleven a Roma, Florencia y Venecia.

Me gustó ser parte de esta celebración, y es lo mínimo que podía hacer para festejar a esta tierra y a esta comunidad que tanto ha contribuido con mi ciudad.  Yo llegué a Italia por casualidad, que luego se convirtió en amor y que ahora se convierte en un compromiso. 

Ci rivedremmo Carla, Silvana, Luigi ed Io, per cominciare il Club di Cinema italiano alla mia cittá.  ¡Grazie mille Carlita per fare la telefonata!


octubre 06, 2010

El piso del editor

Me alcé el mojito martini en cuestión de segundos para darme valor, me quité una gota de vodka de los labios con el dedo anular, recorrí mis dientes con la lengua para remover cualquier resto de hierbabuena y engallada caminé derecho hasta llegar a él.  Lo interrumpí mientras conversaba con un par de tipos enternados, probablemente del mundo editorial, y sin mayor introducción o pena le dije -Claudio ¿te gustaría tener una esclava del tercer mundo?-.

El editor soltó una carcajada seca, bien le venía descansar del trabajo y de las preguntas poco creativas que le había ofrecido la velada hasta el momento. Inmediatamente giró su cuerpo hacia mí, viejo lobo que percibió el olor del miedo que despedía y que el vodka no logró disimular.  Los hombres se fueron sin que lo pidamos, quizás nuestras miradas incendiarias los quemaron.  “¿Y cómo se llama mi esclava?” guiñó (no sé si fue pensado o era un tic), -Layla, hoy me llamo Layla- respondí.

La noche se desenvolvió entre coqueteos y preguntas que le asegurasen que no tenía una novela para editar en mi cartera: ni la mía, ni la de nadie.  El editor es un hombre: encantador, maduro, de cabello canoso que peinaba con los dedos con excitante frecuencia, una barba de dos días que no me resistí a acariciar y  un físico que prometía aguantar más de una ronda… Bebimos y no hablamos de Nobeles ni del post boom, sino de experiencias de viajes, cócteles y noches locas. 

-No cambiaría Barcelona ni por la promesa de un manuscrito escondido de Stieg Larsson – rió irónico, -en cambio yo daría muchas cosas por llegar a tu piso- clara y con cara de ahora mismo.  Toda la noche le envié mensajes directos en los que me colaba a su departamento, señales a las parecía ceder complacido.  Me había puesto ese vestido ceñido que no me falla porque sabía que esa noche lo encontraría.  Como era de esperarse nos retiramos temprano.

Cuando abrió la puerta de su piso escuché un ronroneo.  Me agaché y acaricié al gato, “se llama Plutón”.  Repentinamente asimilé que estaba en el departamento de un hombre al que no conocía y por un momento pensé, que iba a terminar emparedada en la cocina.  Se rió una vez más y me dijo sin que le preguntara, que no tenía los problemas del protagonista de la historia en cuestión*; luego caminó hacia su habitación y me dijo que me ponga cómoda.  Me saqué los zapatos y comencé a pasear mi índice con aroma a mojito por los cientos de libros, los cuales sospecho habría leído todos.  Luego revisé sus fotos: una de su madre, sus hermanos y sobrinos, un perro muy fino, Plutón, y varias con un amigo.  Ninguna mujer de importancia para enmarcar.

¿Gatita, me sirves un vodka tónica?, gritó desde la habitación.  –Mmmkey- respondí entre dientes, asumiendo el papel propuesto.  –Gracias gata, mañana te espero a las 8h00- dijo empuñando el vaso y empujándome con el meñique hacia la puerta, -no tardes, que a mi novio le pone de mal humor tomar el desayuno después de esa hora-.  Flashbacks del camisón de bolas, medias a rayas, dedo meñique empinado, cejas bien cuidadas, ninguna foto con mujeres.  La despedida a la fantasía con el editor me golpeó el ego tan duro como me dio la puerta en la nariz.

Al día siguiente estuve en su piso quince minutos antes de las ocho.  Había comprado pan francés y preparé mi desayuno estrella: omelette de espinaca y cheddar, jugo fresco de naranja y café pasado.  Cuando terminé lo acomodé todo sobre el desayunador junto al diario que recogí a la entrada, sobre el cual coloqué el manuscrito de este libro.  No doy por perdedor al vestido rojo, sino fuera por él no habría subido jamás al quinto piso.  Pero este libro… se lo dedico a mis habilidades de cocinera del tercer mundo.

*El gato negro, Edgar Allan Poe.

agosto 18, 2010

El oficio responsable

Escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo.
Dicho islámico.


El escritor sabe que dejar la página en blanco es lo más responsable. Así que lee hasta el cansancio. Y después lee un poco más. Siente un impulso por agarrar la Bic (no es tan exitoso como para usar una Montblanc… todavía) pero como es responsable la suelta. Luego duerme hasta el siguiente nervio.

En la madrugada se despierta, abre la agenda y hace garabatos con la luz apagada hasta que la Bic cae al suelo. El escritor cierra el cuaderno y los ojos, y regresa a esa casa que no es la de él, con esos amigos que no conoce y a los que les gusta hablar de libros, donde está esa mujer de vestido rojo que en la vida real jamás le sonreiría.

Más tarde los rayos de sol que entran por la persiana descubren su cabeza y lo levantan. Como es responsable arranca esa página, hace una bola con el papel y la tira en el cesto de la basura. Piensa en Flaubert y repite que no vale la pena. En realidad, no vale la pena. Se levanta y con religiosidad se dirige a su biblioteca.


(Aquí el narrador encuentra el papel y lo retira del tacho).


Toma un libro y subraya, pone corchetes, escribe apuntes y de esta manera calma la ansiedad provocada por usar el bolígrafo. Se desespera porque no sabe si algún día podrá escribir así. Mientras piensa, se le sigue cayendo el pelo. Trata de disimular pero envejece y no es el único en darse cuenta. Su mujer está a punto de dejarlo, no soporta las bolas de papel en todos los tachos de la casa, en el carro, en la cama. Hasta cuándo.

Basta de papeles arrugados, de rechazos, de incertidumbre, de inventos fracasados, de letras sin forma, de garabatos a la madrugada. Y además están las cuentas de las librerías… ¿Otra vez llega a casa con más libros? ¡Pero si nos sentamos en libros! Ya no hay espacio. Papeles por todos los flancos –se queja la doña— un día de estos me agarra el diablo y lo enciendo todo.

Por la tarde el escritor en un tsunami de creatividad, revienta. Tiene una muy buena idea. Él no busca fama, sólo quiere ser un buen escritor. Enciende la pc y mientras éste se carga escribe en la agenda “Érase una vez el millonario más pobre”. Es malo, ya debería de haberse dado cuenta. Pero sabe que esa primera frase después la puede reescribir y avanza con la idea. Hay un asesino, un hombre que busca el dinero del pobre millonario. Introduce repentinamente en la historia a una vieja que también quiere matarlo, pero no por el dinero, sino por podrido. Porque no soporta un día más al viejo.

Va por la página treinta y siete, ya no es cuento, es novela. La emoción lo pasma tanto que la página treinta y ocho queda en blanco. Escribe pero borra. Relee y borra algo más. Los nervios hacen que grabe y cierre la pc. Desapacible, se sienta en la butaca que pertenecía al abuelo que leía en busca de inspiración. Ya ni habla con la mujer que le desfila adelante con una taza de café, y se enreda con un rimero de libros que ha crecido en el piso como un hongo.


(Mientras tanto el narrador con sus manos plancha la hoja de papel y la guarda en la carpeta que ha asignado en letras mayúsculas como “MÍA”)


La tarde se desenvuelve tranquila, el escritor abre el libro en la página en la que se quedó y subraya más frases, las que le parecen buenas. No con el afán de copiarlas, sino de aprender. La vida del escritor es esa. Escribir y aprender. La mujer con señas le dice que está lista la cena. Enciende la televisión y escucha la noticia de un hombre que apareció flotando en el río y la joven que lo encontró y trató de salvarlo resbaló, se dio con una piedra y murió junto a él. Los vecinos alegan que no fue casualidad, que el hombre era amante de la muerta, por eso flotaba fuera de su casa. –No me sirve esta historia— reflexiona mientras sorbe una crema de brócoli que está salada.


(El narrador ha observado que el escritor avanza por primera vez con una historia, así que piensa que ya es tiempo de abrir y ordenar la carpeta. En dos días tiene doce relatos editados y cuatro más que valen la pena y se prepara a visitar editoriales).


A los tres meses el protagonista abre el diario y encuentra en un cuarto de página la invitación al lanzamiento de un nuevo escritor en un café bar bastante bohemio y antihigiénico de su ciudad. Pero qué más da, hay que apoyar al gremio. Ni le pregunta a la mujer si quiere ir. Ya sabe la respuesta y prefiere evitarse el improperio. Se pone camisa, pantalón de vestir, cinturón de cuero y zapatos de suela para ir a ese hueco. –Ya regreso— dice, pero nadie contesta.

Llega al sitio y le dan una volante con la foto del escritor, le parece conocido. Es igual a uno de los amigos del Club de Lectura de sus sueños. Lee la reseña del libro y está bien, pero no para publicar. Se apagan las luces y un seguidor apunta a una mujer de abundante cabello negro y rizado, piel canela, apariencia exótica, escote en “a” (¡aaah, qué buen escote!) vestida de rojo. Presenta al tipo que lee la primera historia de su libro “MÍA”. –¡Y son mías, mis historias!— dice el escritor sin hallar explicación.

(El narrador no se inmuta con la presencia del verdadero escritor de su libro entre el público y sigue leyendo. Al final, él es quien descartó todos los textos. Él los ha salvado de caer en malas manos o peor aún: en mano alguna).

He aquí la diferencia entre el protagonista y el narrador. El primero busca la felicidad utópica del deber cumplido, de la letra que pasa a la historia, de su nombre en el libro de li-te-ra-tu-ra. El segundo sólo quiere ser escritor. No sabe de qué se trata porque no es responsable, pero le parece que tiene que escribir un libro para realizarse, aunque el árbol que plantó sea el mismo que haya servido para que se imprima un libro mediocre que ni siquiera es de su autoría.

agosto 06, 2010

¿Escritora o escritora de literatura infantil?

Hace poco regresé de Lima de la Feria Internacional del Libro, en la que colaboré en una mesa que defendía géneros literarios considerados menores, y en la que intervine con una ponencia acerca de literatura infantil y juvenil. Toqué temas como las tendencias de los lectores, la importancia del currículo escolar y el marketing cómo estrategias de difusión, títulos juveniles en las listas de bestsellers, programas de fomento para la lectura y listé nombres de escritores “serios” que han publicado títulos para chicos.

En el proceso de investigación encontré a autores contemporáneos como Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte, Salman Rushdie, Toni Morrison, los ecuatorianos Rocío Madriñán, Edgar Allan García, Francisco Febres-Cordero, Santiago Paez; pero podría también regresar en el tiempo y citar a escritores como Rudyard Kipling, Arthur Conan Doyle, Jack London, R.L.Stevenson, André Maurois, Oscar Wilde, Julio Verne. La lista podría estirarse en cualquiera de las tres direcciones antes mencionadas.

Charlie y la fábrica de
chocolates de Roald Dahl
Ilustración de Quentin Blake
Al repasarla me vienen otros nombres a la cabeza y me cuestiono: ¿Roald Dahl, Gianni Rodari o Michael Ende? Son escritores o ¿son escritores de literatura infantil? Muchos siguen considerando a este género como la hermana menor de la literatura, aún cuando los lectores son tan o más exigentes que los adultos. A un niño no se le puede engañar con una mala ilustración o texto, porque rechazaran el libro antes de los primeros tres minutos, pero aún así se sigue presentando a los escritores (sobre todo en el caso de los nacionales) María Fernanda Heredia, Edna Iturralde o Leonor Bravo como escritoras de literatura infantil.

Me pregunto también si los escritores LIJ ¿no tienen el mismo talento o recurren a los mismos procedimientos de investigación para escribir una novela tanto como lo hacen los autores “serios”? Y lo objeto justamente en un momento de proceso creativo de un texto para niños que se me ha hecho extremadamente difícil terminar; porque trabajo con ellos y sé cuan difíciles pueden ser al momento de juzgar. La escritora Jill Paton Walsh comparaba la experiencia con adoptar el punto de vista de un niño viendo las cosas debajo de la mesa. Y esta tarea no es nada fácil.

Portada del libro "¿Te gustan los
monstruos?" Ilustración de Roger Ycaza
Aunque todavía existan autores que consideren a la literatura infantil y juvenil como un género de menor importancia, debo destacar que escribir para niños requiere de no menos talento literario que escribir para cualquier otra persona. Hay que tener además de la habilidad para crear una historia, la responsabilidad de escuchar a los lectores e investigar qué les interesa, qué les preocupa y cuál es su visión del mundo. Hay que saber comunicarse con los chicos y captar su atención desde la primera línea; hay que recordar qué nos preocupaba cuando teníamos su edad. Y finalmente no debemos olvidar que en este género tan complejo, podemos crear desde poesía, cuento, forma breve, teatro y hasta novela.

Por lo pronto la pregunta con la que abro este espacio no me va porque no soy ninguna de las dos cosas. Pero aspiro a serlo y cuando lo sea… ¿qué dirá mi tarjeta de presentación? Adelaida Jaramillo, ¿escritora o escritora de literatura infantil?

agosto 05, 2010

La Strada: el circo de la soledad

“non è ciò che diciamo, ma come lo diciamo che è importante” -F.Fellini


Federico Fellini comparó al mundo con el circo, de esta manera es más fácil entender por qué es un tema recurrente en sus películas. Confieso que siendo fanática de este director y del cine italiano, acabo de ver por primera vez “La Strada”, ganadora del Óscar a mejor película de habla no inglesa en 1957 (tres años más tarde de ser estrenada) y en la que actúan Anthony Quinn, Richard Basehart y Giulietta Massina, esposa de Fellini. Una película sobre el circo detrás del circo.

El director y guionista desprovee de hogar a tres personajes que nombrándolos resultarían desvalidos: una mujer inocente, un bruto y un loco. Pero como él solía decir “lo importante no es aquello que decimos, sino cómo lo decimos”, Fellini nos cuenta la historia de una Gelsomina (Massina) que pasa de ser una muchacha pobre y sin aparente talento a ser una persona que ilumina vidas; Zampanó (Quinn) un hombre bruto que sólo sabe vivir de su fuerza, y al final nos regala su redención en una conmovedora escena, y el Matto un equilibrista de sonrisa tonta que al final de cuentas le da una lección de vida a ambos. Tres personajes que van creciendo como debería ser un buen guión.

La película está llena de escenas y diálogos inolvidables; una de las más importantes es la anagnórisis de la protagonista cuando el loco riéndose de ella, que llora porque no sabe qué hacer, si abandonar a su violenta pareja o no, la cuestiona sobre su propósito en la vida y tomando una piedra del piso le dice “No, no sé cual es el propósito de esta piedra, pero debe tener uno, porque si esta piedra no tiene un propósito, entonces nada tiene sentido... ni las estrellas. Al menos, así lo pienso yo. Y tú también, tú también tienes un propósito, con esa cabeza de alcachofa que tienes.

El clímax de la historia lo alcanza un accidente que cambia la vida de los tres protagonistas y que al mismo tiempo los libera. La película comienza en la playa con el anuncio de una muerte y termina de la misma manera, pero en la escena final sentimos el dolor que sufre Zampanó quizás por primera vez en su vida, por haber perdido a su compañera, la única capaz de sentir afecto por él y de decirle “mi hogar es contigo”.

Como en 8 ½, Amarcord y La Dolce Vita, Fellini cumple con entretener a todos los que asistimos a su circo. Una película llena de pasión, sobrecogedora y melancólica que nos hace reflexionar sobre la soledad de las personas, estado al que el director nos somete durante toda la película con sus áridos paisajes, diálogos y escenas.  Al final de este día en que ví “La Strada” (en español: el camino, la carretera, la vía) sólo queda cuestionarme si sé ¿cuál es el propósito en mi vida?. 

julio 22, 2010

De ciencia ficción y los monstruos en el supermercado

Gladys Loch es la mujer de los martes a las seis en el supermercado. Me comenzó a intrigar desde hace un par de meses cuando la ví por primera vez, así que comencé a ir más a menudo. Es así como puedo aseverar que sólo viene los martes a las seis.  Por otra parte no puedo confirmar que se llame Gladys o se apellide Loch, simplemente tiene cara de Gladys Loch.  Nunca la he visto comprar nada que no sean velas perfumadas. Quizás sea la falta de luz eléctrica la explicación a su apariencia.

Su cabello tiene varios tonos que van del negro al marrón y del rubio cobrizo al naranja. Sus ojos no tienen marco. Quizás alguna de las velas le quemó las cejas y a ella parece no interesarle disimular, de hecho usa una estridente sombra azul eléctrico nacarada desde el borde de sus saltones ojos marrón, hasta cubrir lo que sospecho serían sus cejas. El resto de su rostro es borroso, es decir, existe pero como sus cejas no, pues no hay manera de registrar el resto de su cara. Jamás la ví sonreír. Puede ser que por lo “antes mencionado” luzca molesta la mayoría del tiempo. Es como la gente que se inyecta botox… En su caso las cejas mataron su expresión.

Es bastante más alta que el promedio, delgada pero definida. Camina arrastrando el pie izquierdo levemente, de manera casi imperceptible. Yo lo sé porque llevo tantos martes observándola.  Los movimientos de Gladys son bruscos; cuando le paga sus velas al cajero del supermercado lo hace de manera automática y rígida.

Siempre usa un calentador negro con líneas grises a los costados. He llegado a pensar que Gladys es una extraterrestre. Decenas de veces la he imaginado arribando a la Tierra en una especie de operación ultra secreta, condenada a vivir aquí sin ningún tipo de tecnología, a punta de velas: una suerte de experimento malévolo alienígena. De ninguna manera me cabe que sea un ser de este planeta. Puede ser sugestión mía, pero la única vez que escuché su voz, sonó distorsionada. Estoy segura de que escuché bien, porque noté que el cajero alzó la cabeza de golpe como un resorte. Ella estiró el brazo con el dinero exacto y se retiró corriendo, tanto como su pie izquierdo se lo permitía. Ese día noté que siempre lleva esmalte azul nacarado en sus uñas.

Sin que se dé cuenta, he seguido a Gladys pero no logro llegar hasta su destino. Al virar la esquina se desvanece. Debe existir algún tipo de campo de fuerza cercano al restaurante peruano que queda detrás del supermercado, que me impide llegar hasta su hiperespacio. Mi teoría final en caso de no probar lo antes expuesto, es que quizás Gladys sea simplemente una instructora de gimnasia, víctima de un mal tatuaje de cejas, que disfruta del olor de las velas de canela que están en el pasillo de ofertas los martes.

mayo 31, 2010

¿Por qué Liz no puede dormir?

Hace poco, Liz entró en un buscador de internet y encontró que probablemente tenía algo llamado síndrome de la fase del sueño retrasada. ¿Síndrome de la fase del sueño retrasada? No, no, no. Lo de Liz es más sencillo. NO PUEDE DORMIR. Lo ha intentado todo: pastillas, películas, libros, infusiones, leche caliente. ¡Hasta contar ovejas! Pero nada. Nada funciona ante su potente compañero de vigilia. Ella se repite que es una mujer de pensamiento poderoso. Que no se deja caer con facilidad, que lo mismo da vencer a la tecnología o a una carrera, que al insomnio.

--Yo soy mejor y más fuerte— piensa furiosa.

A las once de la noche enciende el televisor y apaga la luz. Con el reflejo de la pantalla, tantea hasta llegar a la cama. Se acuesta y acomoda la almohada y el cuello. El resto del cuerpo puede estar como sea, pero el cuello tiene que estar bien acomodado. Con el control remoto pasa los canales y se decide por el History Channel… pero no se aburre, por el contrario, se engancha, y se promete quedarse despierta hasta que termine el documental. ¿A quién se le ocurre programar “La Odisea” a estas horas de la noche?


--Los de programación deben sufrir de insomnio-- le murmura, a nadie.


Son las doce y media cuando apaga el aparato. Está bien despierta, así que prende la luz de la lámpara de la mesita de noche. Toma un libro al azar. Lo abre y de inmediato le pesan los párpados. ¡Que bien! Rápidamente apaga la luz, cierra los ojos cansados, gira hacía la derecha para dormir, pasa el brazo por debajo de la almohada y ahí están otra vez: el libro y el insomnio. El ojo izquierdo se abre al tope, el derecho tiene miedo a rebelarse y permanece cerrado. La última línea que leyó de Frankenstein o El moderno Prometeo, la han traicionado.


“Entonces se oyó el movimiento del mar bajo el hielo. El estruendo provocado por el movimiento del oleaje se hacía cada vez más amenazador y terrorífico. Seguí adelante pero fue en vano. Se levantó el viento; el mar rugió y, como si hubiese ocurrido un poderoso terremoto, el hielo se quebró y se partió con un ruido tremendo y abrumador.”


Qué imprudencia la de Liz. Leer semejante párrafo sabiendo que tiene terror al agua en todas sus presentaciones.  De pelear contra la vigilia, pasa ahora a pelear contra el sueño. Ha dejado la ventana del comedor abierta y la puerta de madera y vidrio que separa el resto de la casa de las habitaciones, se ha abierto y golpea contra la pared metódicamente, debido al viento. Se levanta y camina por el oscuro pasillo y cierra la ventana. Luego la puerta de madera y vidrio y regresa a dormir, pero cada vez que cierra los ojos, ve acercarse con más fuerza y de manera más vívida, las heladas olas del polo norte, de tal manera que se levanta de un golpe, se mete en el baño y se moja la cara. Alza la mirada y le parece haber visto pasar a Frankenstein detrás de ella. En realidad son otros los monstruos que le asustan. Más feroces y hasta mortales: el banco, sus tarjetas de crédito, sus deudas, su eterna soltería.


--Mañana es día de pago, maldita sea— piensa, mientras sacude la cabeza en actitud de negación.


Son las tres de la mañana y le espera un día largo. Ahora si que está desesperada. Quiere dormir pero no puede. Un desfile de imágenes le pasan por la cabeza: el viaje a México, los zapatos Christian Louboutin, la billetera de piel de Chanel. Claro, cómo podría dormir sabiendo que no le alcanza para el alquiler, la fiesta y el mínimo a pagar.  No le queda más remedio que tomar al toro por las riendas. Se mete una pastilla con un poco de leche caliente, se pone el antifaz y comienza a contar ovejas.


--una, dos, treees, cu a t r ooo…-- bosteza a las cinco y veinticinco de la mañana, a una hora y treinta y cinco de levantarse para comenzar con su rutina de todos los días. Porque para Liz, y para todos los que sufrimos de insomnio, todos los noches son iguales.

abril 19, 2010

Sueños de pólvora

Para B, el de la nueva camioneta


Desde que me deshice del tipo de la camioneta ploma, quien secretamente escondía una Smith & Wesson entre el asiento y el balde, yo sueño con la boca abierta: el interior segrega saliva, los músculos de los pómulos se contraen, la lengua empuja, los dientes chirrían. Se quiere cerrar (nada se lo impide) pero no puede o no quiere. No me gusta sentir el sabor del metal, es como saborear un clavo. La muerte sabe a metal. En la pesadilla veo su rostro suplicante diciendo - ¡Detente! No lo hagas por favor - me tiembla la mano, pero yo estoy decidida, no es sólo el engaño y disparo. El cañón está en mi boca, abierta, sedienta por las balas que acaben con mi vida y con este sueño. O pesadilla.

marzo 06, 2010

El Principio del Nuevo Fin

Después del fin, nos dieron una segunda oportunidad. De la Tierra volvió a salir vegetación donde sólo habían quedado cenizas y piedra. Del Mar, surgieron animales de proporciones y formas no antes vistas. El Cielo gris y blanco se abrió, y el Sol bajó a la Tierra y tocó a Héctor y a Marina despertándolos de su sueño. Antes del final, ellos eran distintos. Ahora son iguales y creen en lo mismo. Héctor es libre pero debe velar por Marina y Marina es libre pero debe velar por Héctor; y ninguno, nos puede hacer daño.

Marina escribió todo lo que veía, sentía, oía. Nos gustaba verla transformarse en flor los días cuatro y en mariposa los veintiocho. Nos escondíamos los once y los diecisiete, cuando poco le faltaba por romper su promesa. Héctor era Héctor. Siempre Héctor, los cuatro, los once, los diecisiete y los veintiocho. Callado, trabajador y hermoso. Si hubiésemos apostado quién nos vendería: hubiésemos perdido.  Más.

Ayer vimos un Dragón en el Cielo. No tardó en encontrarlos. Marina lo acarició como si se tratara de un gato; el Dragón abría y cerraba los ojos y acercaba su cabeza hacia la mujer pidiéndole más. La mujer estaba cansada de estar sola. Héctor, guardó distancia y de lejos le ordenó a Marina que soltara a la criatura desconocida y quizás maligna. El Dragón agitó sus alas con furia, tomó a Marina del torso y mientras la levantaba en el aire, miró a Héctor con sus ojos de fuego confirmándole que hacía bien en temer.

Los que estábamos atentos, nos preparamos para el desenlace.  Al fin y al cabo, la otra se tardó menos tiempo en acabar con nosotros.  Pero Héctor.  Fue Héctor quien caminó dándole la espalda al Dragón, y metió su brazo hasta el fondo y agarró al primero que encontró y se lo entregó como ofrenda.  Héctor no pensó que juntos éramos más que aquel ser.

Hicimos temblar la Tierra tan fuerte que el Dragón soltó a su presa y se perdió en el Cielo. La Tierra se agrietó tanto, que pudimos salir.  Todos: los buenos y los malos.  Héctor cayó en una zanja cerca del centro de la Tierra, de la que nunca pudo escapar.  Y Marina, convertida en flor, se marchitó al séptimo día.

enero 27, 2010

La Casa del Mar

-Cuando tú quieras puedo llevarte allí- fue la primera frase que me dijo Giovanni, haciendo referencia a una pequeña foto de Playa Navagio en Grecia que tenía en mi bitácora. Me reí y no lo tomé en serio. Cuando llegué a Roma desde Madrid para conocerlo, él me tenía preparada una sorpresa. No se encontraba en el aeropuerto para recibirme. Ni siquiera se encontraba en Roma. En lugar del hombre bronceado de cabello dorado y desordenado, me esperaba un billete de avión para ir al sur de Italia, a la fiesta de cumpleaños de su mejor amigo. Con suerte me había comprado un par de días antes, un vestido en Paris que podía usar para la elegante convocatoria.

En el siguiente aeropuerto, mi amigo me esperaba en su Saab convertible, vestía un jersey rosa con diseño de rombos. Me llevó a su casa para que descanse mientras él seguía recogiendo invitados, que llegaban del norte, centro y sur de Italia para el festejo. La cara de desilusión que tenía cuando me retiró del terminal aéreo, fue reemplazada por la cara de asombro cuando abrí la puerta de mi dormitorio lista para la fiesta.

Los italianos son espléndidos anfitriones, así que era de esperarse que cada uno de los invitados tomara una actitud adoptiva hacía mi: la extranjera que hablaba español, causando celos en mi amigo que después de un par de mojitos comenzó a ponerse afectuoso. Pasamos de la amistad al amor en lo que me pareció un largo segundo. El viaje por un fin de semana se convirtió en una estadía de un mes, durante el cual Giovanni y yo coincidíamos en Roma y Lecce tantas veces nos fueron posibles.

El último fin de semana, escogió llevarme a dos de sus lugares favoritos. La primera parada fue Otranto. La vista del Adriático desde el castillo de este puerto, es un momento que tengo grabado en un espacio inamovible en mi cerebro. Había caminado entre castillos pero ninguno cerca del mar, el color turquesa de sus aguas me recordó a los ojos de mi abuela materna. Nos quedamos hasta la noche sentados en un bar, mirándonos a los ojos con franqueza pero sin tomarnos de las manos, escuchando al mar romper contra las rocas.  Esa noche, no era sólo el mar el que debía romper.

Antes de que se hiciera más tarde me llevó a Santa María di Leuca. La segunda parada: la casa del mar de su familia. No me fijé en la luna o las estrellas. Tampoco en como lucía la casa. Estaba ansiosa por entrar a la habitación y abrazarlo, aguantando el llanto y la respiración, como queriendo congelar ese momento para siempre. Noté que él tampoco hablaba y era incapaz de deshacer el nudo que tenía en su garganta. Al día siguiente, justo cuando terminaba nuestro romance al mismo tiempo que terminaba el verano, abrí mis ojos y ví mi foto, la de la playa Navagio colgada frente a mí. La había tomado Giovanni dos años antes. Nunca debí haberme reído de su propuesta

enero 12, 2010

Recién casados

El resplandor del sol los encandiló por unos segundos, y por otros tantos se quedaron con el punto blanco en la retina. Pero juntos vieron el amanecer. Bailando sobre el pasto con rocío, sintiendo la tierra húmeda en los pies. Una danza de jóvenes viejos, de amor infinito e irresponsable. Sin zapatos, sin complicaciones. Bailando. ¡Disfrutando como dos chiquitos! Como antes…como nunca. Caminando de la mano y llegando tarde. Nadie los espera detrás de la puerta para reprenderlos. No tienen que regresar todavía.  Cruzando la puerta, la casa vacía como el firmamento cuando el sol se duerme. Las flores sobre la mesa todavía vivas. La olla silba un aviso: el agua está lista para el café. La hoja de un libro baila junto a la ventana abierta. La hoja le canta una canción al viento. Abrazados como un ayer lejano que se siente cerca, ven una pared en blanco y dibujan en ella lo que les conviene.  Se toman las manos.  Ella nerviosa de impaciencia, él nervioso de miedo. Las flores sobre la mesas comienzan a doblarse. Ella ve un salón de baile. Él, un reloj de arena.

- ¿Sabes dónde me gustaría ir, viejo? A París. Fui de pequeña con mi padre. Imagino lo lindo que sería ir contigo ahora.
- Un día a la vez, Martina. Un día a la vez.
- Es difícil lo que me pides. Me cuesta mucho recordar que es nuestro nuevo lema de vida.
- O de lo que queda de ella.
- La vida igual se va viejo. Ya somos grandes. Los chicos se fueron.
- Y nosotros pronto nos iremos también.
- Víctor, lo que ha dicho el médico no es para tomarlo así. ¡Es para que vivamos viejo! Si nos ha dado una semana de vida ¡es para que la vivamos!