julio 22, 2010

De ciencia ficción y los monstruos en el supermercado

Gladys Loch es la mujer de los martes a las seis en el supermercado. Me comenzó a intrigar desde hace un par de meses cuando la ví por primera vez, así que comencé a ir más a menudo. Es así como puedo aseverar que sólo viene los martes a las seis.  Por otra parte no puedo confirmar que se llame Gladys o se apellide Loch, simplemente tiene cara de Gladys Loch.  Nunca la he visto comprar nada que no sean velas perfumadas. Quizás sea la falta de luz eléctrica la explicación a su apariencia.

Su cabello tiene varios tonos que van del negro al marrón y del rubio cobrizo al naranja. Sus ojos no tienen marco. Quizás alguna de las velas le quemó las cejas y a ella parece no interesarle disimular, de hecho usa una estridente sombra azul eléctrico nacarada desde el borde de sus saltones ojos marrón, hasta cubrir lo que sospecho serían sus cejas. El resto de su rostro es borroso, es decir, existe pero como sus cejas no, pues no hay manera de registrar el resto de su cara. Jamás la ví sonreír. Puede ser que por lo “antes mencionado” luzca molesta la mayoría del tiempo. Es como la gente que se inyecta botox… En su caso las cejas mataron su expresión.

Es bastante más alta que el promedio, delgada pero definida. Camina arrastrando el pie izquierdo levemente, de manera casi imperceptible. Yo lo sé porque llevo tantos martes observándola.  Los movimientos de Gladys son bruscos; cuando le paga sus velas al cajero del supermercado lo hace de manera automática y rígida.

Siempre usa un calentador negro con líneas grises a los costados. He llegado a pensar que Gladys es una extraterrestre. Decenas de veces la he imaginado arribando a la Tierra en una especie de operación ultra secreta, condenada a vivir aquí sin ningún tipo de tecnología, a punta de velas: una suerte de experimento malévolo alienígena. De ninguna manera me cabe que sea un ser de este planeta. Puede ser sugestión mía, pero la única vez que escuché su voz, sonó distorsionada. Estoy segura de que escuché bien, porque noté que el cajero alzó la cabeza de golpe como un resorte. Ella estiró el brazo con el dinero exacto y se retiró corriendo, tanto como su pie izquierdo se lo permitía. Ese día noté que siempre lleva esmalte azul nacarado en sus uñas.

Sin que se dé cuenta, he seguido a Gladys pero no logro llegar hasta su destino. Al virar la esquina se desvanece. Debe existir algún tipo de campo de fuerza cercano al restaurante peruano que queda detrás del supermercado, que me impide llegar hasta su hiperespacio. Mi teoría final en caso de no probar lo antes expuesto, es que quizás Gladys sea simplemente una instructora de gimnasia, víctima de un mal tatuaje de cejas, que disfruta del olor de las velas de canela que están en el pasillo de ofertas los martes.

2 comentarios:

Simón Domínguez dijo...

wuauu me encantooo!!!!! una bestia sobre todo ese final!!!!....excelente texto madame!

Eingana dijo...

Gracias Dragón Negro! la verdad es que una mujer sin cejas sí hizo en una ocasión la fila del supermercado detrás mio y me traumó tanto que dije que en algún momento haría un texto de ciencia ficción sobre ella. Seguro se reiría... y tendría más cuidado con sus cejas la próxima ocasión. Un abrazo!