marzo 06, 2010

El Principio del Nuevo Fin

Después del fin, nos dieron una segunda oportunidad. De la Tierra volvió a salir vegetación donde sólo habían quedado cenizas y piedra. Del Mar, surgieron animales de proporciones y formas no antes vistas. El Cielo gris y blanco se abrió, y el Sol bajó a la Tierra y tocó a Héctor y a Marina despertándolos de su sueño. Antes del final, ellos eran distintos. Ahora son iguales y creen en lo mismo. Héctor es libre pero debe velar por Marina y Marina es libre pero debe velar por Héctor; y ninguno, nos puede hacer daño.

Marina escribió todo lo que veía, sentía, oía. Nos gustaba verla transformarse en flor los días cuatro y en mariposa los veintiocho. Nos escondíamos los once y los diecisiete, cuando poco le faltaba por romper su promesa. Héctor era Héctor. Siempre Héctor, los cuatro, los once, los diecisiete y los veintiocho. Callado, trabajador y hermoso. Si hubiésemos apostado quién nos vendería: hubiésemos perdido.  Más.

Ayer vimos un Dragón en el Cielo. No tardó en encontrarlos. Marina lo acarició como si se tratara de un gato; el Dragón abría y cerraba los ojos y acercaba su cabeza hacia la mujer pidiéndole más. La mujer estaba cansada de estar sola. Héctor, guardó distancia y de lejos le ordenó a Marina que soltara a la criatura desconocida y quizás maligna. El Dragón agitó sus alas con furia, tomó a Marina del torso y mientras la levantaba en el aire, miró a Héctor con sus ojos de fuego confirmándole que hacía bien en temer.

Los que estábamos atentos, nos preparamos para el desenlace.  Al fin y al cabo, la otra se tardó menos tiempo en acabar con nosotros.  Pero Héctor.  Fue Héctor quien caminó dándole la espalda al Dragón, y metió su brazo hasta el fondo y agarró al primero que encontró y se lo entregó como ofrenda.  Héctor no pensó que juntos éramos más que aquel ser.

Hicimos temblar la Tierra tan fuerte que el Dragón soltó a su presa y se perdió en el Cielo. La Tierra se agrietó tanto, que pudimos salir.  Todos: los buenos y los malos.  Héctor cayó en una zanja cerca del centro de la Tierra, de la que nunca pudo escapar.  Y Marina, convertida en flor, se marchitó al séptimo día.