octubre 25, 2010

Parla Italia y su semana de la Lengua

Hace dos semanas recibí la llamada de mi amiga Carla, quien por cierto hoy me recordó que nos conocemos desde hace veinte años, para preguntarme si podía ser jurado de algunas actividades programadas por la “X semana de la lengua italiana”.  Como un acto reflejo le contesté que si y luego le pregunté de que se trataba.  Los jurados eramos: dos personas de ascendencia italiana relacionadas a las actividades de su herencia, un italiano que llegó por amor a Ecuador y yo, que no tengo nada que me una a esta maravillosa tierra, pero hablo el idioma y estoy vinculada a las letras.

El primer día nos reunimos en la biblioteca para ver la representación de “Il Capuccetto Rosso” (La Caperucita Roja) de los Hmns. Grimm, puesta en escena por los niños del Colegio Giusseppe Garibaldi.  La adaptación fue estupenda y escucharla en italiano con fluidez fue emocionante.  Al día siguiente asistimos al concurso de libro leído “I promessi sposi” (Los novios) de Alessandro Manzoni (1827) y, el tercer día aumenté mi vocabulario con un par de palabras nuevas incluidas en el concurso de deletreo, para el que los chicos se habían preparado tan bien que se acabaron las 150 palabras y todavía quedaban participantes que no habían cometido errores.

El último día que estaba supuesto solamente a que entreguemos los premios “ai vincitori”, fuimos sorprendidos con un breve discurso de la Sra. Clara Bruno de Piana, un diploma que nos entregó el Sr. Ricardo Ambrossini por nuestra participación y un rico “pranzo” en el que conversamos de cine, de anécdotas familiares, de teatro y de la homenajeada: Italia.

Este es un país que nos trae a la mente tantas cosas diversas: su comida, el vino, la moda, las letras, la pintura, la escultura, la música, el cine, el romance, los autos, la temida mafia.  El Imperio Romano, Sofía Loren, Carla Bruni, La Gioconda, Federico Fellini, El Padrino, un pedazo de lasagna y una copa de Brunello di Montalcino.  ¡Ai miei carissimi amici Toscani e Salentini!  Tantas cosas que han inspirado a propios y extraños y que nos hacen soñar con que todos los caminos nos lleven a Roma, Florencia y Venecia.

Me gustó ser parte de esta celebración, y es lo mínimo que podía hacer para festejar a esta tierra y a esta comunidad que tanto ha contribuido con mi ciudad.  Yo llegué a Italia por casualidad, que luego se convirtió en amor y que ahora se convierte en un compromiso. 

Ci rivedremmo Carla, Silvana, Luigi ed Io, per cominciare il Club di Cinema italiano alla mia cittá.  ¡Grazie mille Carlita per fare la telefonata!


octubre 06, 2010

El piso del editor

Me alcé el mojito martini en cuestión de segundos para darme valor, me quité una gota de vodka de los labios con el dedo anular, recorrí mis dientes con la lengua para remover cualquier resto de hierbabuena y engallada caminé derecho hasta llegar a él.  Lo interrumpí mientras conversaba con un par de tipos enternados, probablemente del mundo editorial, y sin mayor introducción o pena le dije -Claudio ¿te gustaría tener una esclava del tercer mundo?-.

El editor soltó una carcajada seca, bien le venía descansar del trabajo y de las preguntas poco creativas que le había ofrecido la velada hasta el momento. Inmediatamente giró su cuerpo hacia mí, viejo lobo que percibió el olor del miedo que despedía y que el vodka no logró disimular.  Los hombres se fueron sin que lo pidamos, quizás nuestras miradas incendiarias los quemaron.  “¿Y cómo se llama mi esclava?” guiñó (no sé si fue pensado o era un tic), -Layla, hoy me llamo Layla- respondí.

La noche se desenvolvió entre coqueteos y preguntas que le asegurasen que no tenía una novela para editar en mi cartera: ni la mía, ni la de nadie.  El editor es un hombre: encantador, maduro, de cabello canoso que peinaba con los dedos con excitante frecuencia, una barba de dos días que no me resistí a acariciar y  un físico que prometía aguantar más de una ronda… Bebimos y no hablamos de Nobeles ni del post boom, sino de experiencias de viajes, cócteles y noches locas. 

-No cambiaría Barcelona ni por la promesa de un manuscrito escondido de Stieg Larsson – rió irónico, -en cambio yo daría muchas cosas por llegar a tu piso- clara y con cara de ahora mismo.  Toda la noche le envié mensajes directos en los que me colaba a su departamento, señales a las parecía ceder complacido.  Me había puesto ese vestido ceñido que no me falla porque sabía que esa noche lo encontraría.  Como era de esperarse nos retiramos temprano.

Cuando abrió la puerta de su piso escuché un ronroneo.  Me agaché y acaricié al gato, “se llama Plutón”.  Repentinamente asimilé que estaba en el departamento de un hombre al que no conocía y por un momento pensé, que iba a terminar emparedada en la cocina.  Se rió una vez más y me dijo sin que le preguntara, que no tenía los problemas del protagonista de la historia en cuestión*; luego caminó hacia su habitación y me dijo que me ponga cómoda.  Me saqué los zapatos y comencé a pasear mi índice con aroma a mojito por los cientos de libros, los cuales sospecho habría leído todos.  Luego revisé sus fotos: una de su madre, sus hermanos y sobrinos, un perro muy fino, Plutón, y varias con un amigo.  Ninguna mujer de importancia para enmarcar.

¿Gatita, me sirves un vodka tónica?, gritó desde la habitación.  –Mmmkey- respondí entre dientes, asumiendo el papel propuesto.  –Gracias gata, mañana te espero a las 8h00- dijo empuñando el vaso y empujándome con el meñique hacia la puerta, -no tardes, que a mi novio le pone de mal humor tomar el desayuno después de esa hora-.  Flashbacks del camisón de bolas, medias a rayas, dedo meñique empinado, cejas bien cuidadas, ninguna foto con mujeres.  La despedida a la fantasía con el editor me golpeó el ego tan duro como me dio la puerta en la nariz.

Al día siguiente estuve en su piso quince minutos antes de las ocho.  Había comprado pan francés y preparé mi desayuno estrella: omelette de espinaca y cheddar, jugo fresco de naranja y café pasado.  Cuando terminé lo acomodé todo sobre el desayunador junto al diario que recogí a la entrada, sobre el cual coloqué el manuscrito de este libro.  No doy por perdedor al vestido rojo, sino fuera por él no habría subido jamás al quinto piso.  Pero este libro… se lo dedico a mis habilidades de cocinera del tercer mundo.

*El gato negro, Edgar Allan Poe.