enero 31, 2013

Crónica de horror


Tengo la convicción de que en los viajes se deben vivir experiencias únicas, porque no sabemos cuándo vamos a regresar -quizá no lo hagamos nunca-, entonces por qué no vivir la experiencia de la mejor manera y de ser posible visitando esos lugares a los que van quienes necesitan de algo más para sorprenderse.  Lugares sin foto para la postal.

Así llegué al Café “Des 2 moulins”, la cafetería de Amelié en Paris, Francia.
Así me subí en un bus sin hablar portugués para tomar clases de samba en Río de Janeiro, Brasil.
Así caminé descalza en un viñedo de Chianti en Italia.
Así me perdí en las calles de Atenas y me di en la nariz con la Acrópolis, Grecia.
Así terminé tomando un shot de tequila en el pueblo de Tequila.
Así.

A México viajé por primera vez con una compañera que tiene ojos de turista, así que me forzó a tomar un tour sobre el clásico bus rojo de dos pisos lleno de gente que se toma fotos en cada esquina y que come cada chuchería que encuentra en la calle, pero que hoy agradezco porque sobre él, los afiches de la exposición «Vampiros y hombres lobo: Mitos y realidades» quedaban a la altura de mi vista.  Lo bueno de que tus amigos te fuercen a realizar una actividad, es que en el momento menos pensado, tendrán que aceptar ser forzados también.

Tomé nota de la dirección del sitio web y encontré dónde estaba ubicada la muestra.  Convencí fácilmente a mi amiga para ir a la exposición así que caminamos con las indicaciones de ‘google maps’ por las empedradas calles de Zócalo, hasta que un amable policía –en México toda la gente suele ser muy amable- nos dijo que aún estábamos muy lejos.  Luego de la sentencia tomamos un taxi que nos dejó en la puerta del Museo de la Policía, un lugar ad hoc para realizar una exhibición de monstruos, considerando que los policías nos guardan de ellos todo el tiempo.  Entrar en el recinto por ende, me resultó poético.

A la entrada los dos jóvenes góticos de la boletería nos dijeron que no podíamos tomar fotos, nos extendieron dos entradas y dos audífonos para poder escuchar el audio en las siete salas de la exposición.  Cuando ingresamos, la primera sala tenía mapas antiguos en los que se podía ubicar a los vampiros mitológicos de distintas culturas empezando por la Empusa, criatura fantástica de la antigua Grecia; pasando por la Tlahuelpuchi, de la cultura nahua; y llegando hasta el contemporáneo chupacabras.

Avanzamos a la siguiente sala que tenía menor iluminación.  A la derecha en el piso, seis ataúdes que demostraban diferentes maneras de enterrar a un vampiro, uno con monedas en los ojos, otro hacia abajo, otro con collares de ajos, otro con piedras, otro, otro.  En la misma sala la presencia de los tratados de los primeros estudiosos de los vampiros y el maletín del famoso Dr. Van Helsing, personaje de ficción creado por Bram Stoker para su novela escrita en 1897, Drácula.

Las luces iban palideciendo mientras avanzábamos.

Allí, en la siguiente sala teñida de rojo sangre, un único personaje central: Vlad III, Vlad Drăculea, Vlad el empalador.  Si bien es cierto que el primer vampiro de la ficción es el que creó el Dr. John Polidori, Bram Stoker se inspiró en este sangriento personaje para escribir “Odiado y temido. Estoy muerto para todo el mundo. Escúchame. Yo soy el monstruo al que los hombres vivos matarían. Yo soy Drácula”.  Su castillo en Transilvania se puede visitar y está lleno de laberintos bajo tierra en los que encerraba a sus enemigos, a los vivos y a los que había empalado.  El empalamiento era una forma de tortura usual en esa época, lo que hacía inusual a este personaje, era que se sentaba a desayunar frente a los cuerpos desangrados, atravesados por los palos, e incluso la leyenda cuenta que en ocasiones mojaba sus alimentos con la sangre de sus enemigos antes de comer.

Rápidamente pasamos a una habitación que recreaba el cuarto de baño del castillo de la Condesa Elizabeth Bathory, quien guarda el record de ser la mujer con más asesinatos de la historia.  La Condesa Bathory mató lentamente a 630 personas, en su mayoría mujeres vírgenes, con el afán de conservar su juventud y belleza, utilizando la sangre de sus víctimas para darse baños.  Las mujeres que inocentemente entraban al castillo para emplearse al servicio de Bathory, nunca salieron vivas, sus cuerpos eran colgados sobre una bañera y agujerados para que ella pudiera tomar sus baños.  El escritor irlandés Sheridan Le Fanu escribió en 1872 la novela Carmilla, la primera mujer vampiro de la literatura, basado en ella; pero de este personaje que resultó prolífico, escribirían incluso hasta Cortázar y Pizarnik.

La siguiente habitación estaba dedicada a Nosferatu, el primer vampiro enamorado.  Luego de esta, una sala apretada con un colosal hombre lobo.  Yo confieso que avanzaba con nervios pues oscurecía la exposición y presentía que al abrir la siguiente puerta me esperaba algún vampiro detrás de ella.  Avanzamos hasta llegar a una habitación que aunque iluminada, era la más oscura.  En ella había fotografías de asesinos en serie asociados con el canibalismo y vampirismo, y réplicas de sus hogares o escondites en donde mataban a sus víctimas.  Una sala escalofriante por la proximidad de los hechos.  Por los rostros de gente que luce tan normal, pero tan normal, que antes de llegar podría haberme cruzado en la calle con alguno de ellos.  Gente que es capaz de picar a una mujer y guardarla en el refrigerador de su casa sin ningún empacho o remordimiento.  Gente con un trastorno mental llamado vampirismo.

Al salir de la exhibición mi amiga tenía hambre.  Yo no, a mí con tanta sangre se me había quitado.  Pero al día siguiente nos regresábamos a Ecuador y a mí me faltaba algo por hacer.  Llegó el momento en el que fuerzas a tu amigo para que te devuelva el favor que le hiciste.  -Vamos a comer a Los Girasoles-, le dije.  -Y qué vamos a comer allí-, me preguntó.  –Chapulines-, respondí.  -¿Pero los chapulines, no son grillos?-  -Sí, son grillos-.  Y con la cara retorcida accedió a acompañarme, mas no a probar los chapulines.

-Deja ver-, dijo mi amiga.  Destapé el taco y mi primera sorpresa fue ver que habían picado a los grillos y por ende no pude ver al insecto completo, lo cual era mi intención.   -Come, que esto es algo típico mexicano-, me repetía.  Comí y mi almuerzo fue un horror, porque los patas de los chapulines crocantes se quedaron entre mis dientes, el sabor de las hierbitas que aderezaban los tacos me desagradó y mi cuenta sobrepasó los $50 porque el restaurante era “gourmet”.  Luego de esta visita, regresé a México dos veces más; a la exhibición de vampiros regresaría encantada.  A Los Girasoles, qué horror… nunca más.