octubre 14, 2009

Eso que me hace falta (segundo intento de autorretrato)

Describirme físicamente me causa temor.  Puedo asegurar que mi reflejo en el espejo no soy yo.  La mujer del espejo nació con abundante cabello negro azabache como el de su padre, una nariz más grande que la que luce ahora y labios más finos.  Ha logrado exitosamente continuar pareciéndose a su familia aunque ha invertido mucho dinero en lucir distinta.


Por sus venas corre sangre blanca y negra, es irónico que sus amigos la llamen “China”.  Piensa que su cabello rubio fue su mejor época, pero aunque el castaño no le guste, su condición de mujer soltera no le da otra opción que reinventarse, hasta que él la encuentre.  La madurez le hizo respetar las primeras impresiones y cree que las segundas son intentos desesperados -casi siempre exagerados y disfrazados- y normalmente suceden demasiado tarde.


Si no la conoces parece que le es fácil adaptarse y hacer amigos: nada más alejado de la realidad.  Cuando se precipitó y les dio la bienvenida también los vio partir.  Con los años construyó una gran muralla para evitar recibir golpes porque no sabe aceptarlos sin que le dejen cicatrices.  A veces asusta su capacidad para seguir caminando en la tormenta sin mirar atrás.  Lo que se aprende con los años.


Pintó con un pincel de pelo de marta un cuaderno con miles de experiencias llenas de colores, lentamente pero a su gusto.  En su espalda carga un saco de vivencias que tiene espacio para introducir más.  Está orgullosa de un baúl colmado de recuerdos que eventualmente abre para conmemorar lo vivido y valorar lo que tiene.  El cuaderno, el saco y el baúl la ayudan a seguir caminando hacia adelante. La mujer del espejo está sonriendo, es así como me gusta verla.


Apasionada, amante de los animales, aventurera, creativa, soñadora, bastante torpe.  Un espíritu libre que no se cansa de bailar la danza de los que viven la vida.  La mujer del espejo plantó un árbol, está escribiendo el libro, solo le falta el hijo.  Cuando lo consiga todo se sentirá plena, y aunque sabe que hasta el príncipe azul destiñe al primer lavado, lo espera.  Sin prisa, lo espera.

octubre 06, 2009

Autorretrato

Soy un signo de interrogación entre dos paréntesis.  La vida me pasa y sigo sin aprender.  Mi cuerpo crece pero yo no.  Una constante resistencia a lo seguro me impide estabilizarme.  Soy un riesgo y no tengo solución.  Me gusta ser yo, pero en los pocos minutos de lucidez me gustaría ser .  No sufro de ningún desorden mental conocido, el mío es propio, solo mío.  Hace años decidí que viviría sin estrés y lo he cumplido.  Mi cuerpo frágil alberga un gigantesco dragón.  Me gusta imaginar que existe la persona que me enseñará el significado de las palabras compromiso y confianza.  Creo que existe y creo que está cerca.  Disfruto cada segundo de soledad como si estuviera asistiendo a una fiesta.  Mi vida es una celebración a la vida y planeo vivir de esta manera hasta que escriba FIN.

octubre 05, 2009

Cuando los gatos se hacen los tontos


Son las ocho de la noche de un día sábado iluminado por una impresionante luna llena, el cielo despejado gracias a los vientos del mes de Octubre, deja al descubierto la constelación de Capricornio.  Apago la luz de mi habitación y prendo dos velas perfumadas con olor a canela.  Mi intención es permanecer en casa y relajarme.  Acomodada sobre el asiento de mi escritorio porque una vez más los gatos se tomaron mi cama, me dispongo a ver El Eclipse de Antonioni.  El ambiente es perfecto para concentrarme y entender a este genio.



El teléfono suena.  Decido no contestar.  No estoy de humor para nadie y menos para él. Hace un mes me dijo adiós.  "¡Que fastidio!, ¿qué quiere ahora?".  Me deja un mensaje de texto que no pienso leer.  Lo borro haciendo un gesto de negación con la cabeza.  Me molesta cualquier tipo de comunicación que me haga recordar a este hombre que ahora se siente un Dios griego porque ha bajado tres insignificantes libras.

A las nueve de la noche el teléfono vuelve a sonar y esta vez mi gato contesta.  Por esa terrible manía de pararse sobre los teclados de cualquier cosa como el computador, responde la llamada.  Cierro tan pronto me doy cuenta no sin antes gritar “¡Gato ahora si me las pagas!”.  En realidad amo demasiado a mis animales, dos perros, tres gatos, dos tortugas y cinco palomas callejeras a las que alimento todos los días, como para cumplir la sentencia, pero si no los amara tanto le habría propinado una buena tunda al gato que me hizo quedar como desesperada.  Apago el teléfono.

Son las nueve y cinco y pongo en pausa la película porque en la calle se escucha un carro pitando desenfrenadamente.  Es el loco que se había cansado de no recibir respuesta.  Estoy enfurecida, mi sábado de relax boicoteado por el cretino de mi ex.  Mi mamá me suplica que salga a hablar con él, está dando un espectáculo en nuestro barrio no tan residencial pero si lleno de viejas chismosas.  Si supiera por qué terminamos, ella misma le habría tirado un balde de agua sobre su outfit de trescientos cincuenta dólares. "Está bien mamá, está bien, pero ni pienses que este hombre va a volver a poner un pie en esta casa".  A mi madre le gusta su presencia, su fingida caballerosidad y su posición social.

"¡Me haces el favor y dejas de pitar!", le grito.  Quiero que cualquier vínculo que todavía tengamos termine esta noche. "Sólo quiero conversar, ¿puedes salir?" me dice con voz de arrepentimiento.  "Aquí estoy bien gracias ¿qué quieres?", "No podemos conversar aquí, por favor sube al carro.  Por favor".  En efecto es un tema delicado como para discutirlo en la calle y además las miradas de las vecinas me incomodan.  "No estaba listo para recibir la noticia, no puedes negar que es algo para lo cual estabamos preparados".  Es cierto, ¿quién está preparado para ser padre?, peor aún cuando a tu pareja le toma un mes asimilar la noticia.  Pobre mi hijo, desde ya sé que genéticamente no sería el más brillante de la clase, si debía heredar algo del padre, ¡por Dios que solo sea la pinta!.

"Mira José no te preocupes, no hay nada de que hablar, ya no quiero saber nada de ti", le dije, cuando en el fondo me estaba muriendo por besar a este hombre bello con unos ojos verdes almendrados y maravillosos, piel de seda, un poco gordito, impecablemente vestido y que termina cada frase con un puchero.  Me temblaban las rodillas tanto como el día en el que me pidió mi número telefónico. "No me quiero casar aún, pero si quiero tener a nuestro hijo".  Siento las nauseas que no había tenido durante los tres primeros meses y unos calambres que se hacen más fuertes. "José, en este punto el hijo es mío, no quiero tu lástima o tu dinero", le dije mientras me agarro el vientre tratando de disimular el dolor.  "Me parece que no estás siendo razonable, el niño necesita de su padre, vivamos juntos pero no nos casemos, necesitamos conocernos más".

Me quedo callada y él piensa que yo estaba cediendo cuando en realidad no puedo hablar por el dolor.  Arranca el carro para llevarme a cenar.  Le digo que pare pero no me hace caso.  No sé si es por bruto o insensible pero no percibe que estoy temblando. "Llévame a mi casa por favor" le suplico, "¿no ves que me siento mal?". "Te voy a llevar a comer tu comida favorita, pasta".  La pasta es su comida preferida, la mía es la japonesa.  Decido seguirle la corriente, respiré profundo y dejé a un lado el mal que me afligía.  "Hazme un favor, estaba viendo una película que me fue difícil conseguir, déjame en la casa y regresa con la pasta y la comemos allí".  Es de conocimiento general que si hay una época en que las mujeres podemos abusar de los hombres es en ésta, así que da la vuelta y se dirige hacía mi casa, sin objetar.

Me despido con un beso y le digo "Nos vemos más tarde, evita el pesto por favor que con esto del embarazo no lo soporto".  Subo las escaleras y al final se encuentra mi mamá, "y entonces, ¿qué pasó?".  Le digo que José regresaría enseguida y que por favor limpie un poco la entrada y que recoja los periódicos del piso con las gracias de los perros.  Al entrar a mi habitación dejo de sentir el dolor.  Abro la puerta y los gatos maullan, a mí parecer decían -maa maa- en lugar de miau miau.  Entro al baño a revisar por qué me siento tan húmeda.  La humedad es sangre, tan pronto me siento en la taza pierdo al bebé.  Son las once y treinta de la noche cuando el doctor me entrega el diagnóstico en un sobre cerrado con la cuenta.  En el papel dice aborto espontáneo natural completo.

Regreso a la casa adormecida por los calmantes.  Huele a canela.  Los gatos golpean sus tazones con las patitas en señal de protesta.  El reloj se había quedado sin batería a las diez y treinta y ocho, calculo que a esa misma hora yo también me había quedado sin batería. Apago la luz y abro las cortinas para dejar que la luna iluminara mi cuarto.  Me meto en la cama y el gato que contesta el teléfono corre a arrimarse para hacerme -prrr prrr-.  Lo baño con mis lágrimas.  Son las doce y cuarenta, me duermo con la esperanza de no despertar.

Papel Quemado


Doblado en un rincón poco iluminado, cabizbajo y casi derrotado, se lamentaba Patricio, un papel de oficina albino que consideraba tener una desventaja que no podía estar más alejada de la realidad: era demasiado blanco.  Aún cuando siempre estuvo rodeado de papeles de su mismo color, su realidad le decía lo contrario, simplemente era más blanco que ellos.  El ser carente de suficiente melanina lo había convertido en un simple papel ignorado e inadvertido.  Cómo ser más llamativo e interesante para Elena, aquella bellísima cartulina rosa, suave, mate y perfumada.  Patricio decidió actuar e ideó un plan a la ligera, que llevaría a cabo sin mayor investigación.  Cercano a él se encontraba un encendedor de color rojo brillante con detalles tribales de color negro llamado Mike, su actitud era desafiante y rebelde, el cómplice perfecto.  Esperaron a que caiga la noche y tras discutirlo brevemente, Mike comenzó a graduar su llama lo más alto posible y de abajo hacia arriba lo proveyó de un color sepia.  Patricio había logrado su objetivo, faltaba poco para poder celebrar pero una distracción del encendedor acabaría con el futuro que el papel había imaginado.  La llama era tan alta que nadie pudo detenerla.  Elena desde el armario pudo ver como se consumía.  Nunca supo su nombre.