mayo 05, 2011

Los libreros: Especie en extinción

Regularmente llevo a pasear a mis dedos por los estantes de las librerías de los centros comerciales de Guayaquil. He notado que les gusta jugar con los lomos de los libros y a veces hasta con las páginas de uno que otro de estos, hasta que dan con alguno que les llame la atención, y con el cual regresamos todos felices a casa.

Pero no todas las visitas son gratas. Hay ocasiones en las que vuelvo sin los libros que fui a buscar y confieso, que nunca me había puesto en el lugar de una persona que simplemente cae en el local y solicita que le recomienden un libro. Así que fui a investigar si existen los libreros, o son una especie en extinción.

Entré en la librería y en la caja encontré a una señora con cara de pocos amigos; así que busqué al siguiente dependiente y encontré a Juan, licenciado en literatura de la Universidad Estatal. Le pregunté primero por una recomendación de literatura contemporánea ecuatoriana y me llevó hasta Máximo Ortega y su novela “El arcoíris del tiempo” de editorial El Conejo.

–¿De dónde es Ortega?– pregunté y rápidamente me respondió –quiteño, es un escritor nuevo–. Ni nuevo, ni quiteño. El Dr. Máximo Ortega es azogueño, tiene cinco libros publicados de diferentes géneros y el primero lo publicó en 1990.

Luego me recomendó leer al “maestro Javier Vásconez”, pero le dije que mi presupuesto no daba para comprar libros de $30; así que, dicho esto me preguntó –¿le gusta el humor?– y aunque vio mi mueca, igual me recomendó leer “Pajarerías” de Francisco Febres Cordero. Admiro al “Pájaro”, pero admito que cuando de humor se trata, me llevaría bien con el Jorge de Burgos de "El nombre de la rosa" de Eco.

–¿Qué tal si me recomiendas contemporánea hispanoamericana?– le dije, y me llevó hasta José de Sousa Saramago y acotó –aunque hay que ser un poco ateo para leer Caín– añadiendo rápidamente –y no es hispanoamericano–, así que continuó caminando hasta que llegamos a la edición peruana de “Borneo” del joven escritor y crítico Oliverio Coehlo, publicado por Altazor.

Cinco intentos para atinar a una excelente recomendación. El caso es que creo que fue un hecho fortuito. Y lo confirmé cuando me aseguró que el autor era paraguayo. Oliverio Coehlo es argentino y siendo joven tiene una carrera importante y ha recibido varias distinciones internacionales. En el 2010, la revista Granta lo incluyó en su lista de los mejores escritores jóvenes hispanoamericanos.

Ya estuve una vez tentada a leer Borneo, así que considero esta segunda advertencia como una bandera amarilla. Cito la sinopsis de este libro que se encuentra en el blog de la mencionada editorial:

“El lenguaje como excusa para organizar una estructura que nos represente, o que no nos represente, la palabra como un eje funcional para aletargar el vacío o para empujarlo sobre el pavimento; el encierro entre las cuatro paredes al modo de un cartujo para, desde allí, retroalimentarnos con la superficie de otras cartografías que nada tienen que ver con el mundo real; aquél que físicamente está allí, pero que a Ornello Balestro no le dice nada, o le dice mucho. Ese debió ser el enfoque del lente avizor de Oliverio Coehlo cuando escribió Borneo, la novela que lo mantendrá a raya durante el tiempo que le demande escapar de su camisa de fuerza y que seguro a Borges le habría robado un gesto de satisfacción al comprobar que aún no se agotan las posibilidades para fabular desde nuestra lengua. Un aguafuerte que seduce por ese sentido de estremecer más allá del principio estético de la belleza o del compromiso con la realidad y su necia actitud de escogernos el personaje. Oliverio Coehlo ejerce con saña su don. No en vano, Enrique Vila Matas, en vez de palmearle la espalda, le pidió que siga escribiendo”.

Aún cuando esta es la primera vez que hago el ejercicio de pedir una recomendación, no es la primera vez que piso una librería en la que no saben ayudarme, o en la que la selección de libros y autores es pobre, y ésta, dicho sea de paso es una de las funciones del casi extinto librero ecuatoriano.

El joven dependiente fue ágil y servicial; no encontró los títulos que le pedí, pero logró encontrar otras opciones del mismo autor. Puede ser que sea sólo yo, pero por cualquier motivo, uno espera más de los empleados de una librería.

El ejercicio me deja preocupada y pensando en los distintos factores por los cuales el libro comienza a desaparecer. Había considerado los caducos currículos escolares, los lectores que ven letras pero no leen, el control remoto y la televisión; pero no había pensado en los libreros. Tampoco pensé en nosotros, ese raro grupo de personas que hacemos el esfuerzo de acercarnos a la librería para encontrar… a Juan.