octubre 05, 2009

Cuando los gatos se hacen los tontos


Son las ocho de la noche de un día sábado iluminado por una impresionante luna llena, el cielo despejado gracias a los vientos del mes de Octubre, deja al descubierto la constelación de Capricornio.  Apago la luz de mi habitación y prendo dos velas perfumadas con olor a canela.  Mi intención es permanecer en casa y relajarme.  Acomodada sobre el asiento de mi escritorio porque una vez más los gatos se tomaron mi cama, me dispongo a ver El Eclipse de Antonioni.  El ambiente es perfecto para concentrarme y entender a este genio.



El teléfono suena.  Decido no contestar.  No estoy de humor para nadie y menos para él. Hace un mes me dijo adiós.  "¡Que fastidio!, ¿qué quiere ahora?".  Me deja un mensaje de texto que no pienso leer.  Lo borro haciendo un gesto de negación con la cabeza.  Me molesta cualquier tipo de comunicación que me haga recordar a este hombre que ahora se siente un Dios griego porque ha bajado tres insignificantes libras.

A las nueve de la noche el teléfono vuelve a sonar y esta vez mi gato contesta.  Por esa terrible manía de pararse sobre los teclados de cualquier cosa como el computador, responde la llamada.  Cierro tan pronto me doy cuenta no sin antes gritar “¡Gato ahora si me las pagas!”.  En realidad amo demasiado a mis animales, dos perros, tres gatos, dos tortugas y cinco palomas callejeras a las que alimento todos los días, como para cumplir la sentencia, pero si no los amara tanto le habría propinado una buena tunda al gato que me hizo quedar como desesperada.  Apago el teléfono.

Son las nueve y cinco y pongo en pausa la película porque en la calle se escucha un carro pitando desenfrenadamente.  Es el loco que se había cansado de no recibir respuesta.  Estoy enfurecida, mi sábado de relax boicoteado por el cretino de mi ex.  Mi mamá me suplica que salga a hablar con él, está dando un espectáculo en nuestro barrio no tan residencial pero si lleno de viejas chismosas.  Si supiera por qué terminamos, ella misma le habría tirado un balde de agua sobre su outfit de trescientos cincuenta dólares. "Está bien mamá, está bien, pero ni pienses que este hombre va a volver a poner un pie en esta casa".  A mi madre le gusta su presencia, su fingida caballerosidad y su posición social.

"¡Me haces el favor y dejas de pitar!", le grito.  Quiero que cualquier vínculo que todavía tengamos termine esta noche. "Sólo quiero conversar, ¿puedes salir?" me dice con voz de arrepentimiento.  "Aquí estoy bien gracias ¿qué quieres?", "No podemos conversar aquí, por favor sube al carro.  Por favor".  En efecto es un tema delicado como para discutirlo en la calle y además las miradas de las vecinas me incomodan.  "No estaba listo para recibir la noticia, no puedes negar que es algo para lo cual estabamos preparados".  Es cierto, ¿quién está preparado para ser padre?, peor aún cuando a tu pareja le toma un mes asimilar la noticia.  Pobre mi hijo, desde ya sé que genéticamente no sería el más brillante de la clase, si debía heredar algo del padre, ¡por Dios que solo sea la pinta!.

"Mira José no te preocupes, no hay nada de que hablar, ya no quiero saber nada de ti", le dije, cuando en el fondo me estaba muriendo por besar a este hombre bello con unos ojos verdes almendrados y maravillosos, piel de seda, un poco gordito, impecablemente vestido y que termina cada frase con un puchero.  Me temblaban las rodillas tanto como el día en el que me pidió mi número telefónico. "No me quiero casar aún, pero si quiero tener a nuestro hijo".  Siento las nauseas que no había tenido durante los tres primeros meses y unos calambres que se hacen más fuertes. "José, en este punto el hijo es mío, no quiero tu lástima o tu dinero", le dije mientras me agarro el vientre tratando de disimular el dolor.  "Me parece que no estás siendo razonable, el niño necesita de su padre, vivamos juntos pero no nos casemos, necesitamos conocernos más".

Me quedo callada y él piensa que yo estaba cediendo cuando en realidad no puedo hablar por el dolor.  Arranca el carro para llevarme a cenar.  Le digo que pare pero no me hace caso.  No sé si es por bruto o insensible pero no percibe que estoy temblando. "Llévame a mi casa por favor" le suplico, "¿no ves que me siento mal?". "Te voy a llevar a comer tu comida favorita, pasta".  La pasta es su comida preferida, la mía es la japonesa.  Decido seguirle la corriente, respiré profundo y dejé a un lado el mal que me afligía.  "Hazme un favor, estaba viendo una película que me fue difícil conseguir, déjame en la casa y regresa con la pasta y la comemos allí".  Es de conocimiento general que si hay una época en que las mujeres podemos abusar de los hombres es en ésta, así que da la vuelta y se dirige hacía mi casa, sin objetar.

Me despido con un beso y le digo "Nos vemos más tarde, evita el pesto por favor que con esto del embarazo no lo soporto".  Subo las escaleras y al final se encuentra mi mamá, "y entonces, ¿qué pasó?".  Le digo que José regresaría enseguida y que por favor limpie un poco la entrada y que recoja los periódicos del piso con las gracias de los perros.  Al entrar a mi habitación dejo de sentir el dolor.  Abro la puerta y los gatos maullan, a mí parecer decían -maa maa- en lugar de miau miau.  Entro al baño a revisar por qué me siento tan húmeda.  La humedad es sangre, tan pronto me siento en la taza pierdo al bebé.  Son las once y treinta de la noche cuando el doctor me entrega el diagnóstico en un sobre cerrado con la cuenta.  En el papel dice aborto espontáneo natural completo.

Regreso a la casa adormecida por los calmantes.  Huele a canela.  Los gatos golpean sus tazones con las patitas en señal de protesta.  El reloj se había quedado sin batería a las diez y treinta y ocho, calculo que a esa misma hora yo también me había quedado sin batería. Apago la luz y abro las cortinas para dejar que la luna iluminara mi cuarto.  Me meto en la cama y el gato que contesta el teléfono corre a arrimarse para hacerme -prrr prrr-.  Lo baño con mis lágrimas.  Son las doce y cuarenta, me duermo con la esperanza de no despertar.

3 comentarios:

Melanie Márquez Adams dijo...

Ade, creo que logras con éxito recrear el sentimiento de vacío que una experiencia así deja en una mujer.

Como punto de mejora, fíjate que la historia está narrada en presente y pasado. Es importante mantener el tiempo. A mi me gusta más como queda en presente pero mira qué funciona mejor para tí.

Eingana dijo...

Millón gracias por fijarte en esos detalles, yo soy super volada. Ya me lo dará la experiencia. Ahora lo reviso y lo cambio. Con las correcciones "Viena y el Schönbrunn" pienso que quedó mucho mejor. Tomaré las sugerencias :)

solanda dijo...

Eli:

Hay que reforzar ese hilo conductor de los gatos de tu historia. La confesión es parte de los fantasmas de la escritura, hay que saber manejarlos, es como montar al dragón, la montada es siempre diferente y nuca sabes cuando vas a volar por las nubes y terminar por el piso.