El niño observaba
atentamente el trabajo de su padre. El
arquitecto era responsable de importantes espacios urbanos y
edificaciones. El niño empero no tenía
las habilidades motrices de su padre y por lo tanto no tenía aspiraciones por
construir nada. Sus sueños eran otros y
eran mucho más altos. Sin embargo su
padre trabajaba en un proyecto que le llamó la atención como ningún otro. Lo ayudó a moldear la cera, a enhebrar la
aguja y a clasificar las plumas en diferentes tamaños. De vez en cuando soplaba una y la seguía con
la mirada. El niño que vivía en un mundo
de silencio, hoy le hacía cientos de preguntas al padre y el padre al ver a su
hijo interesado en su trabajo por primera vez, le respondía emocionado. Sin embargo el niño sólo entendía lo que sus sueños
y las plumas le sugerían. Quiso ser
pájaro. Su padre le gritaba que se
detenga, que no se eleve tanto. Pero el
niño tocó el sol y sus plumas se quemaron.
La cera goteó y al caer a la tierra formó una montaña a la cual subo
todas las tardes para intentar escuchar el eco de tu voz.
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