enero 27, 2010

La Casa del Mar

-Cuando tú quieras puedo llevarte allí- fue la primera frase que me dijo Giovanni, haciendo referencia a una pequeña foto de Playa Navagio en Grecia que tenía en mi bitácora. Me reí y no lo tomé en serio. Cuando llegué a Roma desde Madrid para conocerlo, él me tenía preparada una sorpresa. No se encontraba en el aeropuerto para recibirme. Ni siquiera se encontraba en Roma. En lugar del hombre bronceado de cabello dorado y desordenado, me esperaba un billete de avión para ir al sur de Italia, a la fiesta de cumpleaños de su mejor amigo. Con suerte me había comprado un par de días antes, un vestido en Paris que podía usar para la elegante convocatoria.

En el siguiente aeropuerto, mi amigo me esperaba en su Saab convertible, vestía un jersey rosa con diseño de rombos. Me llevó a su casa para que descanse mientras él seguía recogiendo invitados, que llegaban del norte, centro y sur de Italia para el festejo. La cara de desilusión que tenía cuando me retiró del terminal aéreo, fue reemplazada por la cara de asombro cuando abrí la puerta de mi dormitorio lista para la fiesta.

Los italianos son espléndidos anfitriones, así que era de esperarse que cada uno de los invitados tomara una actitud adoptiva hacía mi: la extranjera que hablaba español, causando celos en mi amigo que después de un par de mojitos comenzó a ponerse afectuoso. Pasamos de la amistad al amor en lo que me pareció un largo segundo. El viaje por un fin de semana se convirtió en una estadía de un mes, durante el cual Giovanni y yo coincidíamos en Roma y Lecce tantas veces nos fueron posibles.

El último fin de semana, escogió llevarme a dos de sus lugares favoritos. La primera parada fue Otranto. La vista del Adriático desde el castillo de este puerto, es un momento que tengo grabado en un espacio inamovible en mi cerebro. Había caminado entre castillos pero ninguno cerca del mar, el color turquesa de sus aguas me recordó a los ojos de mi abuela materna. Nos quedamos hasta la noche sentados en un bar, mirándonos a los ojos con franqueza pero sin tomarnos de las manos, escuchando al mar romper contra las rocas.  Esa noche, no era sólo el mar el que debía romper.

Antes de que se hiciera más tarde me llevó a Santa María di Leuca. La segunda parada: la casa del mar de su familia. No me fijé en la luna o las estrellas. Tampoco en como lucía la casa. Estaba ansiosa por entrar a la habitación y abrazarlo, aguantando el llanto y la respiración, como queriendo congelar ese momento para siempre. Noté que él tampoco hablaba y era incapaz de deshacer el nudo que tenía en su garganta. Al día siguiente, justo cuando terminaba nuestro romance al mismo tiempo que terminaba el verano, abrí mis ojos y ví mi foto, la de la playa Navagio colgada frente a mí. La había tomado Giovanni dos años antes. Nunca debí haberme reído de su propuesta

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusta mucho como me gustan pocas cosas jamàs. como me gustas tu desde cuando te recogì en el aeropuerto. tonta!